9 PM. ¡A LA CAMA!
Si analizamos cómo era un día cualquiera hace 40 años y -por ejemplo- hoy mismo, notaremos una serie de notables diferencias, tanto en lo que nos rodea como en la forma de proceder. Y hay una cosa que en la actualidad, muy probablemente, sea completamente diferente a cómo se gestionaba hace 3 ó 4 décadas y que influye decisivamente en los menores: el tiempo (y calidad) del sueño de los niños.
El ritmo frenético de la sociedad en parte nos aboca a horarios -profesionales- de las familias que, por lo general, exceden de esas recomendables 8 horas diarias; por lo cual-irremediablemente- muchos papás se ven “obligados” a trasladar esas maratonianas jornadas a sus hijos, traduciéndose en canguros “digitales” y -lo peor- cenas en familia a horas -quizás- demasiado tardías, una combinación que, como vamos a ver, redunda en una peor calidad del sueño del menor (y un menor rendimiento escolar).

“La luz blanca de las tabletas y teléfonos anula en el cerebro la creación de melatonina, sustancia indispensable para conciliar el sueño”
Según el doctor Eduard Estivill, especialista en problemas de sueño en la infancia, hay que diferenciar a los niños por dos rangos de edad: los que se sitúan en una horquilla que oscila entre los 2 y los 6 años de edad y de esa edad en adelante. Para los primeros, que puedan dormir menos de lo normal -o que les cueste conciliar el sueño- en gran parte puede deberse a alergias, problemas de piel y/o gastrointestinales muy típicas en esa edad. Sin embargo, para el segundo grupo, la calidad (y cantidad) del sueño viene determinada por ciertos factores externos. De entrada, los padres intentan alargar sus minutos de estar con sus hijos, pero a costa del sueño de los mismos. Por otro lado, los niños a partir de esta edad están 100% familiarizados con todos los dispositivos tecnológicos que habitan en una casa: por supuesto, la televisión, tablets, smartphones, etc. Todos estos dispositivos funcionan con pantallas retroiluminadas, de modo que emiten una luz blanca que permite leer y ver el contenido; y para empeorar aún más todo, los niños sitúan las pantallas a una distancia demasiado próxima a los ojos. Estivill ha señalado que el efecto de esta luz en estos dispositivos hace que el cerebro deje de fabricar una sustancia que necesitamos para dormir y que se llama melatonina. Si nosotros ponemos esta luz blanca, luz fría, a una distancia de un palmo de los ojos propiciamos que al niño le cueste más dormir, puesto que estamos bloqueando la fabricación de melatonina. En este sentido, cualquiera de nosotros habrá podido comprobar cómo la lectura de un libro nos adormece por la noche: no es porque nos aburra, sino porque no estamos interfiriendo en la fabricación de dicha sustancia.
“Dormir bien es más importante incluso que comer”

Un niño de 5 años necesita dormir al menos 11 horas; un adolescente, 9 horas; un adulto, 8 horas, y un adulto mayor de 65 años, entre 6 o 7 horas. Aunque cada vez está más extendida la práctica de la siesta en los Centros Educativos, sólo lo es entre alumnos de educación infantil (hasta 6 años). Estivill reclama más peso de dicha práctica entre todo el alumnado: “20 minutos diarios de siestasirven para completar el sueño necesario en 24 horas”