En esta segunda entrega analizamos varios temas de gran interés: ¿deben los hermanos estudiar juntos en la misma habitación?, ¿son necesarias tantas actividades extraescolares?, cómo proteger a los niños ante un posible acoso en las redes sociales… Temas de gran actualidad e interés tanto para los docentes como para los equipos directivos.
Hay quien habla incluso de redistribución de grupos para romper rivalidades, etiquetas de los alumnos, compensar niveles y favorecer una interacción social más variada. El cambio de aula me parece una opción interesante para actividades que precisen de condiciones específicas, y más viable según escalamos tramos de edad. Para los más pequeños, sin embargo, el aula es un entorno personalizado que les ofrece una referencia, una seguridad; yo sería más prudente en infantil. No obstante, desconozco estudios que avalen una u otra opción. La opinión de profesores y educadores, contar con su experiencia como observadores de primera línea, me parece importante a la hora de pensar cambios.
Según las etapas de los alumnos puede ser perjudicial o beneficioso moverlos de sus aulas. |
En algunos casos por falta de espacio y/o tiempo (extraescolares), muchos niños hacen los deberes en cualquier sitio (el parque, el polideportivo). Desde su óptica, ¿dónde debería el alumno hacer los deberes? ¿Cómo debería ser el espacio de estudio de un niño?
En nuestra primera entrega mencioné el modelo de la escuela sueca Vittra, que rompe el aula para aprovechar, para traer el aprendizaje a cualquier espacio. Mentaba también la academia peripatética de Aristóteles, donde la docencia y las lecturas solían hacerse paseando.
Sin embargo, el estudio siempre ha estado asociado a un entorno de quietud y recogimiento. La idea de incorporar al hogar una estancia dedicada a la lectura y la actividad intelectual (el studiolo) surgió en el Renacimiento: Erasmo, Da Vinci, Galileo… ¡Fue un momento pedagógico estelar! Y de ahí esa célebre frase de Pascal; “el sello de una buena educación lo da el saber estarse sentado, quieto y a solas, en una habitación”. Esto hoy nos parecerá una tortura. Pero el acto de estudiar no ha cambiado mucho. Si nos atenemos a las recomendaciones generales sobre técnicas y hábitos de estudio, todas insisten en que un niño debe disponer de un lugar específico, tranquilo, bien iluminado, ordenado; es decir, de su propio studiolo. Ahora bien, ya que estamos repensando todo lo educativo (espacios, materiales, metodologías, técnicas…), tampoco me parece descabellado plantearse si este modo de estudiar puede o debe modificarse, mejorarse, en algún sentido. Hay niños que se concentran perfectamente en la cocina, o en el salón de casa. Saben cómo crearse su propio silencio interior en medio de la vida familiar.
En caso de dos o más hermanos, ¿recomienda usted que estudien en la misma habitación, o mejor separados?
Depende de cómo se retroalimenten el uno al otro, y de las necesidades de cada uno o la actividad que deban realizar. Si se llevan varios años, las dinámicas pueden resultar incompatibles, distractoras. Pero también pueden ayudarse a modelar actitudes, a resolver problemas, y competir en un sentido sano. Yo no establecería un criterio a priori. Los espacios disponibles en el hogar son un condicionante, y los niños también deben adaptarse a lo que hay. En general, diría a los padres que observen y ajusten en función de necesidades y posibilidades.
Cada niño debe encontrar su sitio óptimo de estudio: su habitación, la cocina, el salón… |
Las actividades extraescolares se han convertido en los últimos años en un ‘parking’ para niños para que a los padres les dé tiempo salir del trabajo y recogerles. ¿Es una buena práctica imponer tantas extraescolares? ¿Cómo detectar si los niños se están asfixiando con esas jornadas maratonianas?
Hablas de parking y de jornadas asfixiantes. Yo me he referido en prensa a este fenómeno como ‘nomadismo extraescolar’. Es decir, cuando la agenda del niño fuera del horario lectivo es tan apretada que puede suponerle estrés, y en algunos casos hasta una sensación de ‘abandono encubierto’. Todo esto es el resultado de una inercia social nefasta. La sufren los niños, los padres y hasta los abuelos. Es la otra cara de la crisis. Este 2014 ha sido declarado Año Europeo de la Conciliación; espero que sea algo más que un brindis al sol.
Mientras tanto, sugiero a los padres que consideren lo siguiente: La jornada escolar del niño es equivalente a la jornada laboral de un adulto, y la desborda con creces si consideramos el tiempo de estudio en casa; que en España, por cierto, es superior al de la media de los países integrantes de la OCDE (según datos del último informe PISA). Si le añadimos a esto más compromisos extraescolares, entonces ese niño tiene una agenda que ni sus propios padres estarían dispuestos a asumir para sí mismos. Por lo tanto, lo que yo recomiendo es que los padres se dejen guiar en este tema por la ley del gusto, que el niño pueda orientarse hacia actividades que le resulten placenteras, lúdicas, liberadoras.
En esta era digital en la que estamos inmersos, y donde los menores emplean tablets y smartphones de manera natural, ¿cómo definir el tiempo máximo que un niño debe jugar con estos dispositivos?
“Lo importante, cuando estoy delante de una pantalla, no me parece tanto lo que hago como lo que dejo de hacer”. Esta frase me la dijo un amigo sobre la televisión cuando éramos adolescentes. Y en ella está la piedra angular del asunto. De los niños de hoy se dice que son ‘nativos digitales’ (Marc Prensky); y en cierto modo es así. Han nacido en un contexto apantallado, con padres que trabajan, se comunican, se informan y entretienen por medio de pantallas. Esta es una realidad instalada y creciente cuyas ventajas debemos aprovechar. Pero también conocer sus peligros y limitaciones. ¿Qué es lo que una pantalla no puede ofrecerme? ¿Qué experiencias de la vida me estoy perdiendo mientras estoy aquí sentado, o con el ojo y la mano centrados en este dispositivo?
Jonah Lynch, en su todavía no traducido The Scent of Lemons (El aroma de los limones) reflexiona que tres de nuestros cinco sentidos no pueden ser transmitidos mediante un ordenador: el tacto, el gusto y el olfato. El mundo virtual es un mundo enlatado, mecánico, artificial. Sensorialmente, mutila nuestra experiencia vital. La frescura y la intuición del niño, que está más cerca de la naturaleza que el adulto, tiene su fundamento en el despertar de los sentidos. El niño nutre su ver y su escuchar mediante tocar, saborear y oler. Hay que iniciarle en el mundo sabiendo desconectar de las pantallas, mostrarle aquello que las máquinas le privan. Y para ello, los padres estamos obligados a dar ejemplo. ¿Cuánto tiempo deben estar conectados, me preguntas? ¡Qué sé yo! Depende del tiempo que quieras estar desconectado de la vida. ¿Cuánta vida estás dispuesto a perderte?
A pesar de los controles parentales y aplicaciones en este sentido, ¿cómo podemos proteger de manera eficaz a nuestros alumnos en caso de posible acoso?
Mira, es un tema complejo. Yo diría que la mejor protección es la prevención, y la mejor prevención la educación. ¿Y qué hay que educar aquí? Mencionaré en tres cosas, tres apuestas. La primera y más importante es la formación de la autoestima, o el no entorpecimiento de su desarrollo. Un menor con un autoconcepto y autoestima fuerte, sanas, siempre es más difícil de acosar, de acorralar. En según lugar, ayudarles a ir construyendo un sentido crítico, filosófico, de la vida. Porque ese arte del cuestionamiento, esa capacidad para problematizar lo que me quieren vender, me hace también menos manipulable. Y en tercer lugar, algo que siempre se ha considerado connatural a nuestra psicología (especialmente durante la adolescencia), pero que hoy está en entredicho, en riesgo de extinción: La privacidad, el sentido de la intimidad.
Conectar con nuestra propia intimidad, reconocernos en ella, darnos cuenta de que es necesario tener una esfera exclusivamente nuestra, es fundamental para estructurar un yo integrado, estable. Las redes sociales generan vínculos efímeros, pero muy invasivos y demandantes. Un flujo sensorial permanente que estrecha nuestro campo de conciencia y fragmenta nuestra identidad. La antropóloga y socióloga Claudine Haroche recoge muy bien este problema en El porvenir de la sensibilidad.
Como práctica, parece recomendable que los niños se inicien en estas tecnologías y servicios con los padres, acompañarles en su aprendizaje a navegar por la red. Luego, pronto, lo harán solos. Y los padres no podremos -ni debemos- estar en todas las salsas. Pero sí tener un ojo abierto y estar disponibles y actualizados.
La tecnología parece que aparca otras vías de distracción y juegos más “analógicos” y clásicos, tanto de manera individual como colectivos. ¿Cree usted que se debería fomentar más los juegos de toda la vida o, por el contrario, hay que adaptarse a los nuevos requerimientos?
Vuelvo a lo de antes. La clave no es tanto lo que hago como lo que dejo de hacer. Los juegos son simulaciones, ensayos de vida, y creo que un niño sólo accede a una vida plena tal y como pintaban los impresionistas: plein air (al aire libre). Ahí es donde los niños descubren y ejercitan sus relaciones, donde dan rienda suelta a su necesidad de moverse, que no es sólo muscular, sino también neurológica: Me muevo, luego existo, decían los profesores Martín Acero y Fernández del Olmo, parafraseando a Descartes, en un excelente artículo sobre la importancia de la actividad física para el desarrollo del cerebro. Por otra parte, también aquí está la batalla contra el sedentarismo y los alarmantes índices de obesidad infantil que se han disparado en España.
Usted es un gran defensor de la lectura. Volviendo con las TIC, ¿los libros digitales son un buen acicate para que los niños cojan el gusto por la lectura o sería mejor que saborearan el papel, diversos formatos (una visión más romántica, probablemente)?
Perdona que insista en el mismo razonamiento, pero ¿qué me aporta el papel que no la pantalla? Esto es lo que hay que tener claro. Hay estudios, estoy pensando en un paper de PISA on Focus, que identifican cualidades y puntos débiles en ambos estilos de lectura: el digital y el analógico. Así, el digital favorece la velocidad, la flexibilidad, la conectividad de ideas. El analógico, por su parte, la atención sostenida, la comprensión y el sentido crítico. Entonces, ¿qué queremos? Porque la cuestión es el modelo de lector y persona que queremos formar. El signo de los tiempos nos lleva a las pantallas. Yo, personalmente, con estos datos en la mano, no abandonaría el papel. De hecho, pienso que en el futuro el papel, por lo que nos aporta, tendrá su particular resurgimiento.
Desde su perspectiva profesional, ¿qué estamos haciendo (tan) mal para que seamos el país que más invierte en educación pero somos, a la postre, el vagón de cola en los resultados externos (PISA, selectividad).
Sobre este punto hay criterios encontrados. La valoración de las inversiones y su gestión es un tema que va más allá de mis competencias. Hay países ejemplares como Finlandia, Suecia, etc, donde los colegios están financiados por el Estado, aunque mediante sistema muy distinto al nuestro. Tampoco es cierto que estemos en el vagón de cola, estamos hacia la media, algo por debajo. Peor de lo que podríamos hacerlo, seguro. Pero si lo medimos por comunidades autónomas, las hay que superan esa media.
En España se ha polarizado e ideologizado un debate entre la calidad o excelencia del sistema, y su equidad o mecanismo como igualador de oportunidades. Es un enfrentamiento erróneo. Sin ambas columnas, el sistema se viene abajo. Como decía recientemente Pablo Zoido, el único español que trabaja como analista de la OCDE y participa en la elaboración de los informes PISA: “Es muy difícil crecer en los niveles más altos de PISA sin reducir los más bajos. En términos de política educativa, es muy difícil aumentar exclusivamente el porcentaje de excelencia. Salvo excepciones, como en el caso de Corea del Sur, la mayoría de los países que lo han hecho lograron también una reducción en los niveles más bajos. Es decir, es más factible mover toda la distribución con políticas que favorezcan la calidad y la equidad dentro del sistema que enfocarse sólo en los dos o tres niveles más altos de PISA” (entrevista en ABC, 24-marzo-2013, p. 22).
Luego, pero este es otro melón, podríamos preguntarnos por qué estamos tan pendientes de sistemas de medición como los informes PISA, como si fuesen el oráculo de la educación. La OCDE es una organización para el desarrollo económico. Sus evaluaciones son importantes, pero necesariamente parciales, por su propia condición. No parece lógico que un sistema educativo pueda girar exclusivamente en torno a criterios económicos. Estamos en una coyuntura dominada por la economía. Pero olvidamos que la economía sólo ha sido el desencadenante, el síntoma de esta crisis, que es estructural y mucho más profunda. La cultura clásica, por ejemplo, la filosofía, el arte, el aprender a Ser y la búsqueda de la felicidad, no parece que tengan marchamo económico. Pero ¿cómo renunciar a eso? ¿De qué estamos privando a nuestros hijos si les hurtamos esas cosas? En este sentido, y como ejemplo institucional de otras voces, pienso que las directrices e informes de la UNESCO condensan con mayor hondura y amplitud de miras los desafíos pedagógicos que requiere la formación del hombre en el siglo XXI.