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En diversos ámbitos de la vida (política, educación, artes, etc.) venimos escuchando un calificativo ciertamente novedoso: disruptivo. De manera general lo hemos ido aplicando en nuestro día señalando que “esta tecnología es disruptiva”, “la disrupción digital en el ámbito económico”, etc. Y, cómo no, la educación no iba a ser diferente a ello y por ello se habla de “educación disruptiva”.
Para entender del mejor modo posible de qué estamos hablando, tiremos de diccionario. El término empezó a acuñarse allá por 1970 (así vemos que no es un término tan novedoso como creíamos) y alude, según la RAE, a una rotura o interrupción brusca. De este modo, cuando nos referimos a una educación disruptiva no significa otra cosa que una educación que rompe por completo con las formas de educar preestablecidas; se rompe con lo viejo y se abre paso una nueva forma de enseñar. Así, expertos en educación apuntalan una serie de ejes clave sobre los que se sustenta dicha educación disruptiva:
- Aceptar (los docentes) que lo que enseñamos no casa con aquello que los estudiantes aprenden.
- Necesidad de pasar del simulacro a la experiencia. Quizás los alumnos ya no quieran ser teóricos sino ir más allá y empezar a jugar con la práctica real.
- Abandonar la evaluación (por los docentes) y avanzar un paso hacia la investigación.
La fotografía –también la música- sufrieron en los albores del siglo XXI una disrupción sin precedentes. Hace aproximadamente 20 años los usuarios de las cámaras analógicas vieron cómo, de repente, invadían las tiendas nuevos modelos de cámaras digitales. También en el ámbito de la música, el CD o el DVD (del láser Disc o el SACD prácticamente nadie se acuerda) quedaron rápidamente relegados por nuevos soportes digitales tipo MP3, WAV, etc. Estos dos ejemplos son claramente definitorios sobre cómo la tecnología disruptiva en dos áreas muy concretas desbancaron (por la innovación) a dos productos que estaban claramente asentados desde hacía décadas: los discos de vinilo y CD de audio y las cintas de VHS. Con la digitalización, estas dos áreas rompen bruscamente con lo establecido en busca de nuevas soluciones. Es decir, no se trata tanto de destruir sino de crear.
Hace aproximadamente 3 años, especialistas en educación como Curtis Johnson señalaba que las Tecnologías propiciarían en buena parte este cambio en la educación actual. Así, Johnson alude a las nuevas formas de aprender “a distancia”, no presencial, que ofrecen las plataformas de e-learning (una ruptura respecto al sistema tradicional de aprendizaje, presencial).
Con la educación online cambia la forma de “ir a clase”. Ahora, el alumno puede aprender –y más aún con la tecnología móvil vía smartphone / tablets- desde cualquier lugar y a cualquier hora.
El segundo aspecto de la educación disruptiva es que ahora es el alumno quien dirige su itinerario formativo. Se convierte en el centro del proceso de aprendizaje y participa de manera aún más activa en la construcción de sus conocimientos futuros, pudiendo escoger entre diversas alternativas según su propio interés. Hace unas pocas semanas señalábamos en este post cómo el sistema canadiense es, en este aspecto, claramente disruptivo, donde los alumnos a partir de los 14 años “construyen” su propia hoja de ruta educativa y escogiendo entre 3 niveles académicos distintos en función de su necesidad para incorporarse al mercado laboral o, por el contrario, acceder a estudios superiores.
Por tanto, podríamos resumir la educación disruptiva como aquella que es plenamente innovadora en cuanto a contenidos, en cuanto a metodologías de enseñanza y aprendizaje además de apostar por un pensamiento más crítico por parte de los alumnos respecto tanto a contenidos como su propia metodología, netamente arraigada con los aprendizajes colaborativos, basados en determinadas dinámicas colectivas.
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