Estamos acostumbrados a que sean empresas de sectores disruptivos, muy tecnológicas y – a ser posible- con presencia internacional las que optan (y ganan) reconocimientos profesionales por su buen hacer. De entre todas las empresas (y sus correspondientes generales), destaca Sonia Díez, directora del Colegio Internacional Torrequebrada como la empresaria más innovadora de la región.
Díez nos ofrece a través de esta entrevista cómo ve la educación, cómo mejorarla y dónde poner el foco; o mejor dicho, “en quién” poner ese foco.
Has recibido recientemente el Premio de CÍRCULO EMPRESARIAL DE MÁLAGA a la Empresaria más Innovadora de la región. No de un sector fintech, no de biotecnología…de Educación ¿Qué está promoviendo tu colegio, el Internacional Torrequebrada para haberte alzado con el galardón?
Realmente fue una sorpresa para mí. Premiar la innovación y la excelencia en la gestión de un colegio es doblemente disruptivo. Primero, porque se sigue pensando que la buena gestión de la educación es algo “prescindible” o, al menos, “sacrificable” bajo la excusa de que, como la sanidad o el arte, la educación “no tiene precio” y está mal visto hablar de mediciones, ahorro de costes y optimización de los gastos… La otra, porque el nuestro es un sector que apenas ha cambiado desde la primera Revolución Industrial, con esas aulas standard en las que siguen agrupando a los alumnos por su “fecha de fabricación” en paquetes de 25 custodiados por un adulto especializado en una “asignatura” para transitar por un itinerario secuencial durante doce, quince, veinte años… y nuestra filosofía y plantemiento es el contrario: poner al alumno en el centro y construir, a partir de ahí, un riguroso seguimiento de aplicación de los recursos, talento, conocimientos y evidencias científicas (y prácticas) para ofrecer “experiencias educativas que funcionan”. Premiarnos es, en este contexto, casi una provocación (o una provocAcción, es decir, una llamada a la acción) por parte de los propios empresarios, una forma de decir: “¡adelante!, seguid así, sabemos el valor de lo que estáis haciendo, lo vemos, lo valoramos y sabemos que necesitamos de estos cambios por el bien de nuestros jóvenes y nuestra sociedad”. Es, sin duda, un espaldarazo y toda una declaración de intenciones: no podemos seguir evolucionando como sociedad – y como especie – sin cambiar la educación.
¿Qué pasos debe dar un colegio para ser innovador?
Innovar es, sobre todo, tener una mirada crítica y responsable con respecto a las posibilidades que se nos ofrecen para hacer mejor nuestra labor y eso pasa por una actitud y una forma de vida basada en el emprendizaje. Esto es cuestionar y cuestionar-SE porqué y para qué hacemos lo que hacemos, buscando referencias y evidencias científicas que avalen las respuestas que nos demos.
En concreto, innovar es inventar nuevas respuestas y tener el coraje de idear “un cómo” – mejor dicho, varios “cómos”, incluidos los fallidos… – y testarlos, prototiparlos y mejorarlos para que exista un mayor bienestar en la escuela: para que los niños aprendan mejor, los profesores evalúen mejor y la organización funcione mejor.
Y, por supuesto, innovar es también incorporar los conocimientos que otros ya están aplicando en sus propios segmentos y mercados de los cuales a veces somos víctimas, pero no promotores. Hablo del marketing y de tecnologías como Blockchain y Big Data. Innovar también puede ser llevar todo el conocimiento sobre cómo aprende el alumno al propio proceso de gestión de datos y hacerlo a través de metaversos que actualmente nos están permitiendo explorar mucho más en esa realidad inmersiva. En ese sentido, para mi, innovar en un colegio no es tecnologizar las aulas sino escolarizar las tecnologías y hacerlo desde la acción, desde la EducAcción.
En esta vuelta escolar a la normalidad, ¿qué deberíamos haber aprendido (los docentes)? (por la fase post pandemia)
Creo que la pandemia nos ayudó a ver que es absolutamente necesario tener en cuenta las necesidades de cada niño independientemente de su edad y, sobre todo, nos ha permitido ver que somos muy capaces de ser más flexibles y personalizar la educación. Hemos aprendido que estos dos principios son ya incuestionables y que deberíamos priorizarlos en nuestra forma de educar para que de verdad estén en condiciones de heredar el futuro que les corresponde. Es decir, ante un futuro imprevisible y absolutamente cambiante, la flexibilización no es una opción si no una forma de vida. Eso va a requerir unas aptitudes desde el punto de vista de toma de decisiones y resolución de problemas, pero también con respecto a los itinerarios y caminos que cada uno va a elegir adaptados a sus condiciones personales.
La pandemia también nos ha dejado un legado valiosísimo: la importancia del sentido de comunidad para la supervivencia.
Hay dos principios que priman y que van a primar a partir de ahora en nuestro sector y es la cultura del cuidado mutuo y, en ese sentido del bienestar, pero, sobre todo, el sentido de comunidad.
Tengo la impresión que ya no se nos bombardea tanto poniendo a Finlandia como el summum de la excelencia educativa, habida cuenta de los grandes ejemplos que encontramos por la geografía española de buenas prácticas en educación
España es un gran país que siempre se ha caracterizado por ser creativo y flexible. Precisamente los retos que tenemos que afrontar como colectivo se correlacionan con la creatividad. Con la capacidad de reinventar ese futuro que todavía no existe. Las iniciativas que han surgido y surgen en países latinos como Italia y España, con muchos menos recursos que otros vecinos norteños, son originales, creativas y valiosas. Siempre hemos demostrado que tenemos la capacidad de reinventarnos ante la adversidad. Esa es una cualidad fundamental para cultivar esas resiliencia, flexiblibilidad y cultura del cuidado que tanto necesitamos. Sin embargo estamos acobardados, empequeñecidos, cansados… hemos perdido el vigor de nuestros antepasados y eso es lo que nos falta, “querer querer” para hacerlo de verdad. También se nos ha criticado y puede que tengan parte de razón, la falta de rigor o de seguimiento científico de tantas iniciativas, pero si miramos por ejemplo a proyectos como pueden ser los iniciados por Maria Montessori o Reggio Emilia, nos damos cuenta de que lo que necesitamos es una cooperación o colaboración con otros países que pueden complementarnos muy bien a la hora de darle valor o visibilizar esas iniciativas. Creo que ese es el camino en el que ya estamos tanto en España como en otros países.
Las nuevas tecnologías y la globalización nos ayudan; podríamos decir que soplan vientos favorables para que esa creatividad se ponga en valor y se desarrolle de manera conjunta en proyectos internacionales.
En cualquier caso, tengo que reconocer que sigue habiendo una brecha de dos mundos: el que sucede en el idioma local y el otro, el inglés. El primero es muy rico en originalidad y matices mientras que el segundo, mucho más pragmático, es un lenguaje universal, el lenguaje del intercambio y la acción. En mi opinión, es absolutamente necesario que esos dos mundos se encuentren en proyectos comunes. Así es como lo hacemos también en el Colegio Internacional Torrequebrada que tiene la suerte y el privilegio de participar de varias redes internacionales de intercambio de conocimiento.
Me he referido anteriormente a sectores que son en realidad muy disruptivos y nada clásicos como las fintech o la biotecnología. ¿Conseguimos afinar a que los chavales al iniciar el Bachillerato tengan lo más claro posible su futuro educativo, es decir, saber qué quieren estudiar?
La verdad es que el primer paso para afinar que esos chavales al iniciar el bachillerato y/o la universidad tengan lo más claro posible su futuro es precisamente ser conscientes de lo que NO estamos haciendo. Necesitamos profesionalizar la orientación profesional mucho más, tal y como lo han hecho en otros países y, más allá de basarla en la evaluación de los talentos del alumno, proyectarla hacia el aprovechamiento del enorme elenco de posibilidades, de itinerarios y estudios tanto en España como fuera de España que se pueden ofrecer a nuestros alumnos.
Ahora mismo hay un desconocimiento enorme de cuál es la demanda de un mercado laboral muy cambiante, cuál es el camino académico para acceder a él y, en cualquier caso, cuáles son los talentos o las condiciones con las que tiene que llegar un alumno a él. Son dos mundos con ritmos diferentes. Los que mejor lo están haciendo son las instituciones pequeñas con mucha especialización en su oferta y las escuelas de formación profesional que han tenido una mayor orientación práctica hacia la demanda de mercado. Espero que muy pronto esto también empiece a suceder de manera generalizada en otros centros.
Nosotros lo estamos haciendo a través de una figura profesional a la que llamamos LEM – Learning Experience Manager. El LEM es un rol “data driven”, es decir, un experto en utilizar y cruzar los datos que nos aportan las técnicas tradicionales de orientación vocacional con la información que a través del Big Data para poder acceder a las salidas del mercado profesional a nivel internacional. También unifica en un mismo expediente, el currículum académico del alumno con lo que nosotros llamamos el “experiencial”, todo eso que no se mide pero que es tanto o más importante que “las notas” para definir las competencias de un alumno.
En una era donde lo “social” y lo “digital” se unen, muchos niños ven a tik tokers y youtubers como sus referencias; y me temo que incluso los padres y los profes pasan a un segundo plano. ¿Cuál es tu visión respecto a posicionar a familias, docentes y estos nuevos actores en un término justo?
El mejor posicionamiento que pueden tener los padres y los profesores es precisamente el de SER comunidad. Es decir, estar presentes y unidos. La escuela es comunidad y la familia es escuela. Juntos tienen que encontrar los niveles de interlocución para estar presente en la vida del alumno y el problema es que muchas veces, independientemente del número de pantallas o de las actividades que hagan nuestros alumnos, los alumnos están muy solos.
La soledad de nuestros alumnos no viene por lo digital. Las pantallas y las redes son solo un amplificador de su verdadera soledad. Ser comunidad es ampliar la mirada y poder ver lo que está sucediendo tres pasos más allá de mi hora lectiva, tres pasos más allá de la puerta de mi edificio escolar y de mi hora del comedor escolar.
Es convivir, vivir-con. Si queremos posicionarnos – tener valor propio – para nuestros niños y jóvenes, tenemos que “frecuentarlos”, estar y hacernos presentes, situarnos a tiro de su mirada como referente.
Si tuviese la ocasión de charlar con el Ministro de Educación y el Presidente del gobierno, ¿qué solicitudes les haría y qué les recriminaría respecto al plano educativo en España?
Creo que la respuesta a tu pregunta es, precisamente, mi libro: «¡EducAcción!:
10 acciones para el cambio que nuestros hijos merecen y necesitan». La primera parte, «provocACCIÓN» es una carta al presidente o presidenta que quiera tomar las riendas del cambio educativo.
Durante el resto del libro hago un recorrido por diversas temáticas esenciales siempre desde una perspectiva «posibilista» para construir un presente y futuro centrado en los verdaderos protagonistas de la educación: los niños.
Lo primero que les pediría, en cualquier caso, sería lealtad. Lealtad a lo que ya sabemos que funciona y que no funciona y a las verdaderas necesidades de los niños. Y valentía. Les pediría coraje para huir de populismos e intereses políticos torticeros, tomando decisiones bien argumentadas en base a la prioridad del bienestar de los niños.
Siento tirar de anglicismo para referirnos a las soft skills, esas habilidades “blandas”; como saber comunicar, disponer de pensamiento crítico o saber trabajar en equipo. Si tan importantes son para el futuro desempeño de los chavales -no ya en sociedad, que también- sino en el mundo laboral, ¿deberían ser asignaturas curriculares?
Me parece una pregunta muy interesante y lo primero a lo que debemos aludir es a si esas soft skills las contemplamos como técnicas o las contemplamos como una cultura. Yo, personalmente, creo que las soft skills o habilidades blandas, como puede tener que ver con tu capacidad de gestionar el tiempo, la autodisciplina, la capacidad de comunicar bien, de tener pensamiento crítico, realmente son destrezas o competencias que van mucho más allá de la técnica, es decir, son hábitos de comportamiento que se deben de vivir, de nuevo, en comunidad. Uno no puede pretender que las personas tengan habilidades comunicativas cuando los profesores, las direcciones del colegio o la propia asociación de padres y madres no tienen el hábito de hablarse con empatía, con una mirada orientada al entendimiento del otro, con un espíritu crítico no para criticar al otro, sino para aceptar o adaptar nuevas formas de hacer las cosas desde la conciencia de que tiene que haber un análisis profundo a la hora de tomar decisiones. Es la propia comunidad la que tiene que diseñar y definir dónde están sus valores, sus debilidades y sus fortalezas en estas soft skills, pero también las oportunidades y las amenazas de toda la comunidad a la hora de no cultivarlas.
Para mí las soft skills son competencias que se comparten y crecen colectivamente dentro de una cultura escolar y aquí sí que cada comunidad, cada colegio, cada escuela debe definir dónde quiere diferenciarse y en qué estilo cultural quiere desarrollar esas destrezas porque hay que vivirlas. Es decir, las soft skills como los valores, como los principios personales, hay que vivirlos. Solamente declararlos no vale para nada.
En un mundo post pandemia, y habiendo recogido interesantes lecciones ¿Cuáles son los retos a los que se debe enfrentar un docente en el siglo XXI? (Bueno, no todo lo digital es malo y tenemos ejemplos como David Calle, que es un profesor que ha sabido conjugar tecnología y docencia a través de Unicoos y tiene a miles de seguidores en sus clases)
El principal reto de un docente del siglo XXI tiene que ser el de cuestionarse qué es lo importante y qué no es delegable en su profesión y, si coincide conmigo, dirá que lo que no es delegable es la capacidad de acompañar a ese alumno en el proceso de su aprendizaje, es decir, los aprendizajes los hace el alumno y nosotros acompañamos. Tenemos que resultar referentes muy nutritivos para que ellos se acerquen a la mejor versión de sí mismos en ese proceso de aprendizaje y al mejor posicionamiento ilusionante de ese futuro profesional en el que ellos tendrán que contribuir a la sociedad. Hacer eso supone que uno como docente tiene que estar en continua revisión. Eso significa hacer cada día “ejercicios de flexibilidad”, ser humilde y hacerlo sobre todo con una actitud de optimismo. No un optimismo ciego, pero un optimismo cultivado. Todos sabemos ya con cierta edad que cultivar el optimismo, una actitud posibilista y positiva ante el futuro no es casual, que requiere un entrenamiento, un ejercicio y un estar en forma intelectualmente pero, sobre todo, desde el punto de vista emocional. Al final lo único que podemos hacer es dar lo mejor de nosotros mismos y eso requiere insisto, estar evaluando continuamente si lo que estamos haciendo es lo mejor que podemos, queremos y sabemos hacer.