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Si tuviéramos que describir -con unas pocas palabras- en qué invierten los menores de edad sus tiempos de ocio, incluidos esos pequeños resquicios como los 5 minutos de coche para ir al colegio, cuando esperan en el centro médico o mientras sus padres están charlando en la calle…muy probablemente diríamos “smartphone, consola, tecnología”. ¿Hasta qué punto los menores de edad se están convirtiendo en adictos tecnológicos, unos de manera “voluntaria” y otros empujados por sus progenitores que buscan un “público reconocimiento” o falso estrellato como youtubers?
Parafraseando a Edmond Rostand en Cyrano, hoy podríamos decir aquello de “érase un niño a un smartphone pegado”. Así, no es difícil pasear por las calles, un parque o un centro comercial y ver cómo los niños se encuentran completamente inmersos en una pantalla de 5 pulgadas (ojo, por cierto, cuando notemos que los niños empiezan con fatiga visual, problemas para enfocar su vista, etc.) ¿divirtiéndose? con juegos gratuitos tipo Helix Jump o Subway Surf. ¿Desde Singladura pensamos que los niños no deberían nunca jugar a ellos? No. Desde Singladura abogamos por una máxima castellana que dice que “en el término medio está la virtud”. No se trata de prohibir determinado ocio; pero sí limitarlo cuando éste impide jugar a otras cosas que ya hacía anteriormente: fútbol, ir al parque, juegos al aire libre, etc.
La movilidad –o portabilidad, a través de consolas tipo Nintendo y similares- permite además que los niños amplíen su tiempo de ocio frente a una pantalla más de lo deseable. Como apuntaba Javier Urra en nuestra entrevista, “los mayores debemos dar ejemplo a los niños y desconectar los teléfonos cuando estamos comiendo o en nuestros ratos de ocio con ellos”, práctica que –por desgracia- muchos adultos no llevamos a cabo.
Una gran parte del problema es que muchos niños han excedido -¡y con mucho!- esa línea que separa el ocio de la obsesión. Esta obcecación de los niños por estar conectados 24 horas, 7 días a la semana a un dispositivo electrónico donde juegan online (Fortnite) o hacen y comparten vídeos (TikTok, B516, etc.) está empezando a crear situaciones angustiosas donde los menores sienten una enorme tensión si los adultos retiran a sus hijos dichos aparatos.
En Internet ya circulan vídeos donde se ven las agresivas reacciones, rayando la locura, de niños que han sido desposeídos de su consola de juegos. Obviamente, niños que se manifiestan de dicha manera por semejante circunstancia está claro el problema que presentan.
La tecnología también muestra otras caras…Anteriormente mencionábamos aplicaciones como TikTok o B516 donde los menores (principalmente niñas) graban pequeños vídeos donde –mediante efectos visuales y música- se efectúan vistosas composiciones. En este sentido, muchas de estas niñas sienten la necesidad de compartir ese contenido en redes sociales (por cierto, convendría que los adultos revisaran las edades mínimas legales para acceder a una red social y discernir quiénes son los responsables de lo que el niño en cuestión haga) y, de nuevo, la obsesión por tener más “likes”.
Esta “ansia” por ser popular –una fama, creemos, mal entendida- lleva a muchos menores de edad a dar un paso más allá y ven un recorrido muy corto en esos grupos de Whatsapp que tiene el menor, por lo cual empiezan a crear canales de youtube. Ahora su máxima es hacerse youtuber y ser un/a influencer “respetable” en la red de redes. El problema es que la edad de inicio es cada vez menor. Canales de youtube como La diversión de Martina o Mikel Tube son claros ejemplos de niños que –a tenor de las decenas de vídeos grabados- han debido pasar cientos de horas de rodaje para grabar cada uno de sus vídeos, principalmente unboxing de productos; es decir, vídeos donde el contenido principal consiste en ver cómo el niño abre una caja, un sobre de cromos, una consola, etc.; ahora prácticamente cualquier cosa que se pueda desenvolver es susceptible de ser grabado, lo cual no deja de ser curioso cómo el interés de los menores ha evolucionado de “jugar a” a “ver cómo juegan otros”. Muchos de estos canales son patrocinados por marcas jugueteras y/o empresas de ocio relacionadas con la infancia donde los niños muestran un recorrido de su vida diaria a través de parodias, pequeños retos o los unboxing anteriormente mencionados.
“¿Qué tendrá de interesante ver cómo un niño cambia cromos con otro niño; o abre un sobre de cromos, o desembala un paquete? Hoy, estos vídeos acumulan -curiosamente- decenas de miles de visualizaciones”
Sobreexposición a la tecnología
Hasta ahora vemos cómo los menores, prácticamente de manera 100% voluntaria, y sin ser coaccionados a ello, se adentran en los confines de la tecnología y en compartir contenido producido por ellos mismos sin demasiados miramientos.
Sin embargo, también existe otra realidad, donde los adultos comparten diariamente en redes sociales imágenes y vídeos de los menores, de sus hijos. Son niños que cuentan con una sobreexposición de sus vidas en –principalmente- Facebook. Hay menores con cientos de fotos y vídeos desde prácticamente su nacimiento hasta cumpleaños, viajes familiares, etc. Imágenes y vídeos donde los padres no han preguntado a sus hijos si éstos quieren aparecer –o no- en las redes sociales. Aquí yace el conflicto sobre el derecho a la intimidad de los menores y donde surge la pregunta ¿realmente los niños quieren estar en Facebook y que su foto sea compartida con gente que no conocen?, ¿son los progenitores los responsables de que sus hijos puedan aparecer indiscriminadamente en cientos de publicaciones compartidas hasta por extraños?
De este modo muchos de nosotros hemos podido ir conociendo cómo han crecido niños, qué ciudades han visitado, y pequeños detalles como qué bañadores han empleado en sus vacaciones en la playa el año pasado en tal localidad, sus gustos culinarios y sus preferencias.
Algo en lo que no han caído –quizás- los padres es en la publicidad que pueden recibir sus perfiles en Facebook al compartir dicho contenido, mucha de ella a tenor de las imágenes que comparten. Aunque las políticas de privacidad a día de hoy son bastante restrictivas, conviene recordar cómo hace no muchos años algunos hackers consiguieron hacerse con fotos de menores y emplearlas para otros fines en otros países, principalmente del sudeste asiático.
Un bulo, un timo, un hoax…Muy pocas cosas de las que aparecen en las redes sociales son ciertas; y los menores no saben discernirlas. |
A modo de ejemplo, y paralelismo, recientemente hay cientos de páginas (fraudes) donde se emplea la cara de Amancio Ortega (CEO Inditex) para anunciar –falsamente- que va a donar su fortuna a todos los españoles. Del mismo modo, estos u otros hackers rastrean y emplean fotos de menores para otros negocios más turbios en otros países.
Por ello, desde Singladura recomendamos leer de manera atenta las políticas de privacidad de las redes sociales, asesorarnos de la mano de expertos en seguridad, introducir un software de control parental en los dispositivos que empleen los niños y –por supuesto- usar el sentido común que nos indicará, muy sabiamente, qué debemos hacer con una foto de un menor en una red social.
No se trata tanto de prohibir, sino de educar a los niños y enseñarles qué y cómo hacer las cosas en Internet.
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