Te diría sin duda alguna que los grupos reducidos. En el entorno en el que trabajamos, la enseñanza es casi individualizada, aprendes enseguida a comprender sus formas de hacer, de pensar, de resolver, de relacionarse… Con tanta información como te dan, tienes una capacidad de respuesta más ajustada a sus necesidades. Aunque en mi caso particular no es la baja ratio la que determina el éxito académico. A pesar de pertenecer a una escuela rural, en mi aula nunca tengo menos de 12 o 13 niños. No se puede comparar con los que tienen 4 o 6 alumnos. Este curso tengo 17 alumnos desde 1º de Infantil (3 años) a 1º de Educación Primaria (6 años). Sí tengo que añadir que el tener pocos niños te permite controlar una variable fundamental, que es la disciplina. Creo que esto no necesita más explicación.
En cuanto al maestro, no hay dos iguales y una clase no es la misma según el tutor que la encabece. Siempre he pensado que lo más importante en nuestra labor es el capital humano que cada uno aporta, a lo que sumamos la experiencia según van pasando los años.
Disponer en el aula edades mezcladas también tiene muchas ventajas, va de la mano con tener un grupo reducido. Al combinar estos dos aspectos hacen de la educación una gran experiencia.
“Tener alumnos de diferentes edades en el aula es lo mejor que les puede pasar a nuestros chicos y un privilegio para un maestro tener esta experiencia diaria”
Creo que lo que nos diferencia de otros centros es que formamos una gran familia. La enseñanza casi individualizada de los niños y la relación estrecha con las familias hace que inequívocamente sea diferente. En un centro “grande”, un tutor tiene a sus alumnos dos o tres años; yo los tengo cuatro o cinco y, si tienen hermanos, el trato con los padres es de muchos más años. Además, es una relación diaria y solo con las conversaciones informales del día a día nos intercambiamos abundante información. Además, son muy participativas y colaboradoras; al conocer mejor las dinámicas familiares se puede enfocar la enseñanza de una manera más práctica y útil.
De otra manera, en cuanto a tecnología y espacios sí hay diferencias, pero no son imprescindibles para el éxito académico y personal de nuestros alumnos. Cuanto más tenemos, más queremos, pero ¿es necesario tanto?
Por lógica, podríamos pensar que los padres podrían sentir gran interés por llevar a sus hijos a colegios rurales (si así conseguirán mejor formación). ¿Crees que esta tendencia puede llegar a ser una realidad y que los padres envíen a sus hijos a estos colegios? Por otro lado, y en caso de que la escuela rural empezara a masificarse, ¿perdería su esencia?
No, no creo que se convierta en una tendencia. Sí es verdad que hay familias que, aun teniendo escuela rural, llevan a sus hijos a un cole “grande”, y esto por distintas razones: la escuela rural no es lo bastante buena, les viene mejor porque está cerca del trabajo, existe más socialización con otros niños, etc. Algunas lo hacen y después abandonan y los matriculan en la escuela rural porque ven más ventajas. Pero no creo que un niño de una ciudad o población mayor vaya a recorrer la distancia hasta una de nuestras aulas simplemente por comodidad: siempre es mejor estar donde realmente hacemos vida…
“Rural” no significa sin recursos. A la izquierda, al fondo una PDI, que convive con la clásica pizarra. |
Si la escuela rural empezara a masificarse, pueden ocurrir dos cosas: si la matriculación es masiva, el centro acabaría convirtiéndose en un colegio normal; pero con una matriculación menor conseguiríamos un efecto positivo, ya que aumentaría el número de aulas y se podría conservar la esencia de la escuela rural. Y me remito a mi situación: actualmente en el pueblo de Porrúa contamos con dos aulas y dos tutores para 31 alumnos; sin embargo, la previsión para el próximo curso es de tres aulas y tres tutores para ese mismo número de alumnos (más las nuevas matriculaciones de niños de 3 años). Así, al tener un tutor más, los grupos van a ser menos numerosos, con lo que conseguimos crecer sin perder calidad.
En una escuela rural se mezclan alumnos de diversas edades… ¿Cuáles son las ventajas desde el plano pedagógico?
Tener alumnos de diferentes edades en el aula es lo mejor que les puede pasar a nuestros chicos y un privilegio para un maestro tener esta experiencia diaria.
Para mí, todo son ventajas. Poder trabajar por equipos de distintas edades tiene como resultado que unos aprenden de otros y que se ayudan entre sí. No tienen la necesidad de recurrir al maestro a la primera. Pero no sólo en el plano académico, sino ante cualquier situación, entre ellos intentan solucionar las dificultades que se les presentan, desde las más básicas; establecen un turno para ir el primero en la fila, toman decisiones ante la falta de material de alguno de ellos, resuelven un comportamiento no adecuado en el aula, eligen el tipo de juego en el que quieren participar, etc. Cuando me piden ayuda, en muchos casos es para mediar entre ellos y que puedan terminar de solucionar de manera autónoma. Somos mediadores, guías.
Al tener distintos niveles se acostumbran desde el principio a que todos llevan un ritmo diferente en el aprendizaje. Aprenden a respetar las diferencias sin tener que enseñárselo y no se comparan. Los mayores son conscientes de que saben más y ayudan a los más pequeños y los peques imitan a los mayores y piden ayuda siempre que lo necesitan. Todos llegan al final por el mismo o por diferentes caminos, pero cada uno lleva un paso diferente. Esto les ayuda también mucho a nivel personal, con una confianza y una visión más ajustada de sí mismo. Su autoestima se ve más reforzada.
Uno de los aspectos más positivos de las escuelas rurales es el contacto directo y pleno con la naturaleza, permitiendo a los profesores explicar directamente “sobre el terreno” la fotosíntesis, la polinización o -incluso- el parto de una oveja. En un mundo con tecnología inmersiva 3D y realidad virtual, ¿qué información considera más relevante a la hora de explicar un temario: la directa y real o la virtual?
En Educación Infantil, alternamos ambas metodologías. En todo caso, una de las ventajas de nuestra escuela es que ¡a nosotros no nos hace falta ir de excursión a una granja escuela! No plantamos un huerto en el centro educativo para observar la evolución de las plantas y las verduras: hacemos un seguimiento de los propios que tienen cada uno, ya sea de los abuelos, los tíos o los vecinos. Recogemos castañas y nueces en el patio. Y siempre que podemos recurrimos a los abuelos, nuestra gran fuente de información; nos encanta escucharlos porque nos enseñan mucho y nos transmiten las tradiciones.
Pero también utilizamos los medios virtuales, cómo no, para poder abarcar todo aquello que no está a nuestro alcance. Por ponerte un ejemplo: hace poco nos adentramos en una aplicación de mapas para poder transitar virtualmente por las calles de una ciudad e identificar los elementos urbanos que nos sirven para desplazarnos en ella. No se pueden dejar a un lado las nuevas tecnologías; ahora mismo forman parte de la vida de nuestros alumnos y tienen que participar de ellas.
Hablamos de las luces; y hablamos de las sombras… ¿De qué adolece la escuela rural, que echa en falta?
A nivel de docencia no nos falta de nada, no tenemos nada que envidiar a los grandes centros. Quizás su principal problema sean sus edificios. La mayoría son escuelas antiguas que necesitan un mantenimiento permanente y, aunque se hayan hecho distintas reformas, sería interesante una muy buena inversión para erradicar humedades y goteras y para mejorar la eficiencia energética.
Otro problema que solemos tener es el informático. La intranet, a través de la cual se manejan todos los datos del centro, está diseñada para centros “grandes”, por lo que a nosotros nos cuesta más realizar cualquier gestión.
Pero, a nivel personal, no echo nada en falta. Cuando comencé a trabajar en el CRA, pensé que iba a echar de menos el contacto diario con mis compañeros en la sala de profes, en los pasillos, en el recreo… Pero esto no se ha hecho realidad, ya que hay mucho movimiento de especialistas.
Ante un descenso de la natalidad importante en los últimos años, fruto de la crisis (principalmente), ¿cómo puede quedar asegurada la supervivencia de la escuela rural en España?
Obviamente, primero tiene que haber vida en los pueblos y después un aumento de la natalidad. Pero, en nuestro caso concreto, el alumnado no para de crecer. Hace cuatro o cinco años uno de nuestros alumnos de Porrúa se mudaba a Villanueva de Pría y, gracias a este traslado, dicha escuela no se cerró. Este curso, tiene 20 alumnos y dos tutores y se han tenido que trasladar de edificio porque no cabían. Previsiblemente en Porrúa podamos ser tres tutores el curso que viene. ¡Quién lo diría!
Desde luego, ya no hay el mismo volumen de niños que hace 20 años, pero los papás que han estudiado en escuela rural llevan a sus hijos a una escuela rural y están muy orgullosos de ello. Hay familias que por distintos motivos han elegido un colegio “normal” y al final terminan regresando en nuestras escuelas. Asimismo, hoy vuelven los hijos y los nietos de los que en su día emigraron a Latinoamérica, lo que repercute en nuestras aulas directamente. Asegurar la supervivencia de la escuela rural es difícil pero hay que luchar por ello.
Usted que ha trabajado en colegios de grandes ciudades (Madrid, Guadalajara), ¿qué diferencias ve entre un alumno de la capital y el alumno de una aldea?
En la etapa que a mí me ocupa veo que, en una escuela rural, la inocencia se alarga más en el tiempo; lo niños son traviesos pero no son malos, son “noblotes”. La picardía tarda en aparecer; siempre los ves venir. También son más autónomos e independientes (aunque siempre hay de todo).
Quizás parte de la diferencia en su manera de ser está en el juego. En el entorno en el que se encuentra la escuela rural, los niños pasan más tiempo al aire libre. Terminan de comer y salen a la puerta de casa con un balón, con la bici o simplemente a buscar a los amigos para jugar toda la tarde. Tienen de todo al igual que el resto de los niños de las grandes ciudades (tablets, ordenador, DS, Play-Station, Wii…), pero para ellos es secundario, no llegan a casa corriendo a por ello. Esta diferencia en el juego tiene como consecuencia que su socialización y experiencias vividas ya son distintas y tiene una relación directa en el desarrollo personal de cada uno.
Nos podrías describir cómo es una jornada en tu escuela rural…
Después, unos tienen Inglés y otros Estimulación del Lenguaje, con lo que aproveché a hacer fotocopias. Esto requiere coger el coche e ir a Posada; ¡en otros centros recorren el pasillo y van a Conserjería! A la vuelta, trabajamos en los libros y, al terminar, almorzamos antes de salir al patio. En la última parte de la mañana los peques tienen Música y los de primero de Educación Primaria se quedan conmigo. Y terminamos con una sesión de Nuevas Tecnologías.
Los miércoles tenemos reuniones todos los maestros, con lo que por la tarde nos desplazamos a nuestra sede a Posada.
Ahora que tienes la experiencia de trabajar en clases con 25 alumnos, en colegios con más de mil alumnos y -ahora- dar clases a alumnos en grupos súper reducidos… ¿Con qué te quedarías y por qué?
Durante mi estancia en Madrid mi docencia giraba en torno a la especialidad de Pedagogía Terapéutica, en la que siempre se trabaja con grupos reducidos. En Educación Infantil las intervenciones se realizan dentro del aula como si fueras un profesor más. Así que no te puedo decir con cuál me quedaría.
Pero si retomamos lo que te he ido contando, nunca he tenido un grupo súper reducido; es más, me sucede que, aunque tenga cuatro o cinco cursos en mi aula, no tengo cuatro o cinco niveles. A veces, por ejemplo, tengo cuatro niños de cinco años y los cuatro tienen un ritmo muy distinto, por lo que mis niveles se multiplican. En una tutoría de 25 alumnos también hay distintos niveles, pero al final tendría menos diferencias que yo.
De todas maneras, me quedo con mis chicos, no los cambiaría por nada del mundo. Aunque a veces me tenga que multiplicar y actuar como un pulpo. Me quedo con ellos, por ellos, por las familias, por el entorno y por el “jefe”.